En 57 días, a cuatro de terminar el año 2015 y en medio de un ambiente global de fiesta por la Navidad y el culmen del año, Haití elegirá el nuevo jefe del poder ejecutivo en esa nación insular. La primera vuelta presidencial contó con 50 aspirantes a un cargo que debería brindar solidez y confiabilidad en el concierto internacional a la que hoy es la nación más pobre de América, un país que quiere dejar de ser llamado Estado fallido y generar unas bases institucionales que le permitan superar la oscura estadística que lo acompaña.
Se esperaban unas elecciones marcadas por la violencia y las irregularidades. Sin embargo, la vuelta inicial de las presidenciales en Haití salió adelante sin mayores contratiempos y con un alto nivel de participación.
Independiente de esto, un par de puntos resaltan y marcan esta contienda. Por un lado está el hecho de que el tarjetón estuvo compuesto por cinco decenas de candidatos que buscaban suceder al actual presidente, Michel Martelly. Una muestra clara de atomización en un país cuya población ronda los 10,32 millones de habitantes.
Por otra parte se encuentra el anuncio de la Comisión Electoral Provisional de Haití, a través del cual se informó que el plazo para que dicha institución publique los resultados preliminares de la votación, tanto para presidente como para el Congreso, que también se realizó el domingo 25 de octubre, es de 10 días. Lapso amplísimo que puede dar cabida a corrupción y manipulación de los conteos.
Así las cosas y teniendo en cuenta que Martelly no puede aspirar a la reelección, todo apunta a que la vuelta definitiva, programada para el próximo 27 de diciembre, tendrá como contendores a JovenelMoise, apuesta oficialista, y a JudeCelestin, ingeniero mecánico con estudios en Suiza.
Sea quien sea el ganador, lo que recibirá será un país fragmentado políticamente, con muchas heridas generadas por la contienda, un proceso de reconstrucción aun en marcha por el grave terremoto de 2010 y el reto de mejorar las condiciones de vida de los habitantes de este país antillano.
Por Sara Pérez Restrepo y Miguel Jaramillo Luján